El espacio geográfico que hoy ocupa los estados mexicanos de Baja California y
Baja California Sur cuenta con un largo devenir histórico que se podría agrupar
en cinco grandes apartados o etapas de tiempo: historia antigua o prehistoria (discutido en
otro lugar), periodo de las exploraciones y primeros contactos (1533-1685), periodo misional
(1697-1822), periodo de los ranchos (1822-1870), y periodo contemporáneo.
En 1533, ya de nuestra era, se dio el primer contacto entre la cultura occidental y
los grupos indígenas peninsulares, al llegar a lo que hoy es La Paz de un grupo de
amotinados españoles. Entre este año y 1685 se dieron una serie de intentos de
colonización por parte de las autoridades novohispanas (los de Hernán
Cortés e Isidro de Antondo y Antillón son los más destacados), así
como innumerables viajes de exploración, cabotaje, piratería y extracción
clandestina. Durante este periodo los contactos son costeros y de muy poca duración,
pero su impacto tal vez fue mayor de lo que hasta ahora se cree.
Para 1697, el padre Juan María de Salvatierra inició un nuevo proyecto
de colonización, solventado por los donativos privados a la Compañía de
Jesús y con base en las experiencias del padre Eusebio Francisco Kino, fundando la
misión de Nuestra Señora de Loreto. La cual se convertiría en la primera
de una larga serie de fundaciones misionales en la península de Baja California, que en
ese entonces se conocía como California. Entre 1697 y 1767 los jesuitas fundaron 16
misiones, comprendiendo de manera práctica lo que hoy conocemos como Baja California
Sur y su inicio de expansión hacia el norte con Santa Gertrudis, San Francisco Borja y
Santa María de los Ángeles. Su impacto ocurrió sobre los grupos
indígenas pericú, guaycura y cochimí.
Tras la expulsión de los jesuitas, éstos fueron reemplazados por
misioneros franciscanos, quienes arribaron a la península en abril de 1768. Estos
recibieron la orden real de fundar misiones en el extremo norte (bahías de San Diego a
San Francisco) para la defensa de las fronteras imperiales. Ante estos nuevos retos
acordaron con misioneros dominicos encabezados por fray Juan Pedro de Iriarte, desde
España, trasladar las antiguas misiones jesuitas y la fundación de San Fernando
Rey de España de Velicatá, a los dominicos. A partir de 1773 los dominicos se
hicieron cargo de la Antigua California y de fundar misiones entre Velicatá y San Diego.
Entre 1773 y 1836 fundaron ocho misiones en Baja California, en los territorios
indígenas cochimí, kiliwa, paipai y kumiai.
Durante el primer cuarto del siglo XIX se inició un, cada vez más
acelerado, proceso de decadencia misional, que para la década de los veintes
implicó el cierre de la mayoría de las misiones peninsulares. Lo que
motivó que los habitantes asentados en las misiones se fueran convirtiendo en rancheros
ganaderos y de escasa agricultura, básicamente continuación de las huertas
misionales. Ante la pérdida de los religiosos y el descuido de la autoridad mexicana,
se fue desarrollando una sociedad ranchera empobrecida con estrechos vínculos con los
grupos indígenas, sobre todo en el norte peninsular. Durante los tres primeros cuartos
del siglo XIX se ven cada vez más presentes los líderes indígenas, mejor
conocidos como capitanes. Además, la guerra de Estados Unidos contra México y el
tratado de Guadalupe-Hidalgo, crearon nuevas condiciones en el extremo norte de la
península, cuando de ser región marginal interna pasó a ser frontera
internacional.
Para 1870 se descubre oro en el Real de Castillo cambiando radicalmente la
dinámica social y económica de la región. Aunado a esto desde mediados
del siglo XIX por el Río Colorado la penetración del capitalismo estadounidense
había cambiado también las relaciones económicas de sus habitantes,en
especial a los cucapá. Pronto el actual estado de Baja California, entonces Partido
Norte y después Distrito Norte de la Baja California, se ve inmerso en un cambio en su
economía con las inversiones extranjeras en minas, salinas, agricultura, comercio y
desarrollo inmobiliario. Para 1915 la dinámica es tal que se considera necesario
cambiar la capital a Mexicali, enclave algodonero y de contrabando imbricado con el suroeste
estadounidense.
Pasados los graves disturbios nacionales originados por la Revolución Mexicana,
la década de los treinta y la de los cuarenta del siglo XX, implicaran grandes cambios
en la región, con una cada vez mayor participación del gobierno federal en la
vida local. Para los grupos indígenas implicará el impulso más agresivo
contra su cultura bajo la idea de la homogenización de lo mexicano. Frente a la
influencia estadounidense, se debía reforzar o crear la identidad mexicana en las
regiones fronterizas, y los indígenas eran los que se consideraban menos mexicanos.
Además, el movimiento de reforma agraria obligó a los grupos indígenas a
concentrarse en los últimos refugios territoriales.
Entre los estudios modernos acerca de los varios períodos de la historia de
Baja California, son fundamentales los escritos de Pablo L. Martínez (1956), W. Michael
Mathes (1977), Ignacio del Río (1984, 1985), y Harry Crosby (1994). Así como las
obras generales como la de David Piñera Ramírez (1983a). También se ha
dado acceso a muchas fuentes primarias por medio de compilaciones y edición de
facsimilares, en particular por W. Michael Mathes, Ernest J. Burrus, Miguel
León-Portilla, Eligio Moisés Coronado y Amado Aguirre. Así como las
ediciones de UNAM, UABC (destaca la colección "Baja California: Nuestra Historia",
coordinada por Aidé Grijalva), UABCS, José Porrúa Turanzas, Doce Calles,
y Glen Dawson.
© 2002 Mario Alberto Magaña Mancillas
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